Estábamos cenando ayer y mi marido le estaba echando broma a mi hijo, preguntándole si cuando vaya a la universidad pasará sus fines de semana con una novia o con su abuela Grandma Ginny, que vive cerca de MIT donde Michael quiere estudiar robótica. Yo interrumpí para decir que "dentro de 20 años Grandma Ginny tendría 90 y tal vez estaría muy viejita." Padre e hijo ambos me miraron con cara de extraño. "Mami, tengo 11 años," me dijo uno y "El va a la universidad en apenas 7 años," me dijo el otro.
¡Siete años! Verdaderamente quedé sorprendida. Mi hijo se va a la universidad en 7 años. De repente me entró el pánico. ¡Siete años! ¡Los primeros once han pasado tan pronto! Contra éste amor eterno de madre, once años no son nada.
En seguida intensificó el pánico. ¡Lo mucho que me falta enseñarle! Me sentí de nuevo en el salón de clases cuando en abril me doy cuenta de todo lo que no he cubierto, pero multiplicado por 20 por que es mi hijo.
Hay cosas que ya aprendió como hacer la tarea en cuanto llega a casa para salir de eso, que leer es rico, como poner los ojitos para que su mamá lo consienta, como vestirse solo y cepillarse los dientes, como saber lo que le gusta y no le gusta.
Todavía está aprendiendo a ahorrar, a usar palitos chinos, a soportar a la hermana cuando está fastidiosa, y a bajar el asiento de la poceta. Está aprendiendo a lanzar pelota y marcar un gol, a usar el email y Skype para mantener amistades a larga distancia, a dar los buenos días, y que ser experto en algo (en su caso la robótica) trae gran satisfacción.
Y lo mucho que le falta por aprender: que su mamá no le va a durar para siempre, que el tiempo lo cura todo, que Dios proveera, que mientras más aprende menos sabe, que el genio es 1% de inspiración y 99% de sudor, que hablar chino, inglés y español es una ventaja y que por lo tanto tiene que estudiar los tres idiomas, que lo cortéz no quita lo valiente.
A mí lo que me toca aprender es que mi muchachito ya casi es un hombre, que mejor lo aprovecho ahorita cuando lo tengo cerca porque mañana se me va, y que lo que no le enseñe yo se lo enseñará la vida. Ojalá esas lecciones no sean muy duras.