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viernes, 17 de abril de 2020

Bicicleta en el desierto

Mi marido es un aficionado de las bicicletas montañeras. Siempre le han gustado, pero es aquí en Egipto donde ha realmente profundizado su afición por el deporte. Tiene como tres años ya que va por lo menos dos veces por semana a montar bicicleta en un parque que nos queda cerca de la casa, el Wadi Degla Protectorate.

La palabra "wadi" es una palabra árabe que significa un valle, y específicamente uno formado por un río seco. En el pueblo de mi papá lo llamarían el "auto-chivo" porque es la carretera que es parte rio seco y parte senderos de animales.

Ya pasamos la temporada de lluvias, así que hoy el wadi estaba sequito. Mi marido siempre me invita  a montar bicicleta con él, y yo hasta hoy me había negado. No quería nada que ver con el esfuerzo, el polvo, el calor, las moscas, las bajadas descontroladas a toda velocidad. Bueno, sí, soy una miedosa. Hipocóndrica también, porque ya me veía con una clavícula rota o una pierna partida. Pero hoy, me decidí dejar los miedos y me fui con él tempranito.



Me fuí con una bicicleta prestada de una amiga, el casco de mi marido, la cantimplora de mi hija. Un poco nerviosa - por lo de la hipocondria y los sustos - pero resuelta a montar bicicleta por fín en el desierto.

Para llegar hay que rodar unos 10 minutos por las calles de la ciudad. Por fin llegamos al wadi, y de inmediato hay que subir un cerro para llegar a las pistas de bicicletas montañeras. Primera prueba de mis aptitudes para el deporte. Siento decir que no pasé. Me bajé de la bici y a pie la fuí empujando cerro arriba.


Este es el punto donde empieza "oficialmente" el camino. Aunque el wadi es un área protegida, en el último año ha habido bastante movimiento de tierra porque están construyendo una carretera que atravesará uno de los rincones del wadi. En la foto de arriba se ve la otra ladera del cañon y la entrada del parque. En frente esos peñascos son producto de la construcción.

El recorrido completo duró dos horas. Como a la hora ya los brazos los tenía adoloridos. Mi hija me había advertido que me iban a doler, pero no me había imaginado lo acertado de su predicción!! Es el golpe de los cauchos contra las piedras que se transmite por los manillares contra los brazos. Y ni les cuento del golpe contra el asiento. ¡Ay!



Para que vean el sendero. Por supuesto yo detrás de él, pero el iba despacio para quedarse conmigo. Eso es amor. Las dos horas que pasamos, él lo hubiese hecho solo en 30 minutos.

Al final por fin llegamos a este punto, que llaman La Catarata, y ahí nos sentamos en un banquito a descansar. Supuestamente cuando llueve, se forma una catarata de verdad, pero eso no lo voy a ver yo en persona. Me conformo con las fotos. 

Hablando de fotos, aquí una cuenta de Instagram con fotos de uno de los compañeros de bicicleta de mi marido: @cyclingcairo. Muy recomendada la cuenta. 


Esta última foto de abajo fue la última vez que sonreí. De ahí todo fue en bajada. Espeluznante para mí, como si nada para mi marido. Lo bueno es que ni me caí ni lloré, aunque estuve cerca un par de veces de ambos. 


Llegué a mi casa con la lengua afuera, completamente exhausta. Mi hija se rió de mí y me dijo que estaba caminando como una anciana. Inmediatamente me invitó a pasear con el perro. "Vamos despacito," me dijo, riéndose. La verdad que caminar me hizo bien, para mantenerme en movimiento y para usarlo como rutina de enfriamento. 

Regresaré al wadi. Pero no sé si será mañana. 

Actualización del 19 de marzo:  
Fuí otra vez ayer. Con mis brazos y mi asiento adoloridos, pero queriendo intentar de nuevo a ver si lograba que me gustara.  

Pues no. El segundo intento me demostró que eso de la bicicleta de montaña no es conmigo. No es tanto la falta de fuerza física, sino que es demasiado estresante. No termino de imaginarme todos los finales infelices que podría tener. Mejor dejo que el hombre vaya con sus amigos expertos y yo me quedo en casa haciendo yoga. 

martes, 12 de julio de 2011

En Cape Cod hay una liga veraniega de beisból. Los jugadores son todos universitarios. Es una liga excelente y hay muchos "graduados" que juegan en las Grandes Ligas. Por ejemplo, Nomar Garciaparra es ex-alumno de la liga.

El equipo más cercano para nosotros es el de Orleans. (Donde jugó Garciaparra.) Hasta hace un par de años se llamaba los Cardenales de Orleans, pero la organización de las Grandes Ligas decidió que si querían usar ese nombre tendrían que pagar regalías y ahora el equipo son los pájaros de fuego, Firebirds. Más o menos cuando cambió el nombre, Scott anotó a Michael en la lista de espera para ser bat boy del equipo. Este año se cumplió el sueño de Scott y nos llamaron a preguntar si todavía estábamos interesados.

El más emocionado es Scott. Siempre quiso ser pelotero profesional pero la vida conspiró contra él y le negó la gloria en el campo de beisból, dándole en su lugar la gloria de tenernos a nosotros. A Michael le gusta. No es que le guuuuuusta, pero le gusta. Su parte favorita es pararse con el equipo al principio para cantar el himno nacional. Por cierto que cuando lo llevábamos al primer juego, a los 10 minutos de llegar al campo, Scott le explicó lo que tendría que hacer durante el himno nacional y ahí fue cuando nos dimos cuenta que el niño no se sabe el himno nacional de EEUU. Nos dió tiempo nada más de explicarle la letra y tararear la música, y ni modo, tendrá la temporada entera para aprenderlo bien. (Tampoco se sabe el himno nacional chino y el venezolano lo conoce solo como canción de cuna.)

Michael no conoce mucho el juego de beisból. El sabe que es el deporte favorito de su papá. Conoce las reglas porque en la primavera Scott ofreció una actividad extra-curricular después del colegio, justamente para que Michael aprendiera a jugar. En China vamos a juegos de pelota de la liga china profesional, pero los niños lo que hacen es jugar en las gradas y no lo prestan mucha atención al juego. Total es que menos mal que hay más de un bat boy en cada juego y que los jugadores lo ayudan también. ¿Quién sabe? Dentro de 10 años estará viendo un partido en televisión y podrá decir que aquel pelotero le enseño a distinguir aquella técnica.

Y yo, ¿qué pito toco aquí? Ser mamá pelotera: manejar por todo Cape Cod para llevarlo a los juegos, lavarle el uniforme, prepararle la merienda que comparte con el otro bat boy y la mitad del equipo, fotografiarlo y documentar en la bitácora, ah, y ¡enseñarle a cantar los himnos nacionales!