La última entrada la llamé, “Se me va acabando.” La escribí en las últimas semanas de mi vida en Egipto como educadora internacional. Ahora ya estoy en mi nueva vida en EEUU. Tengo aquí desde agosto.
¿Saben esa sensación fantasma que le queda a uno cuando pasas horas en un carro o avión? ¿De que todavía te estás moviendo aunque te paraste hace tiempo? A veces me siento así, como un vertigo existencial. No es nada malo, simplemente es.
Y bueno, a empezar de nuevo a los 55 años. Esta vez soy inmigrante. Es diferente a ser una maestra “expat”. No tengo un departamento de recursos humanos que me traduzca la cultura, y aunque conozco los EEUU y he vivido aquí, de vez en cuando siento el choque cultural del recién llegado.
Estoy trabajando como bibliotecaria en dos bibliotecas. Una de ellas me gusta mucho. La otra no tanto mas que nada porque pagan poco y las horas son largas, pero me ocupa y me saca de la casa. En la biblioteca que no me gusta estoy aprendiendo mucho así que no todo es malo.
Mis hijos están felices: Andreína en su primer año de universidad y Michaelito en su último semestre. Consiguió trabajo en Google, después de hacer pasantía con la compañía durante el verano y se muda para Nueva York en febrero. Yo quería que estuviera en Boston para visitarlo a menudo, pero él me dice que después de un año puede pedir transferencia, y bueno, para la Gran Manzana viajaré.
Mi marido tiene un contrato especial éste año con el colegio en Egipto. Trabaja 6 o 7 semanas y se viene por 3 semanas. Aquí se encarga de su papá, me ayuda a acompañar a su mamá, y disfruta de semi-vacaciones. Le gusta tanto que está pensando que en junio, al final del año escolar, cuando venga a vivir a tiempo completo aquí, va a buscar un trabajo de monitor de esquí y jubilarse de la educación. Cumple 60 años en octubre así que le toca. Yo tengo que trabajar por lo menos por cinco años más y le tengo envidia.
Vivimos con mi suegra para acompañarla, en una casa al orilla del lago Winnepesauke. Mi rincón favorito es el comedor, desde donde puedo ver el lago y ahora en octubre, los árboles vestidos de otoño. Tengo la vida internacional almacenada en la caseta de nuestra casa alquilada y si algo cambiaría, es poder desempacar por completo y rodearme de mis cosas. Esta casa de mi suegra es amplia y cómoda, pero es de ella. No me quejo: la casa es bella y mi suegra es maravillosa pero sí, tal vez esa sensación de vertigo sería menor si me pudiera apoyar sobre mis cacharros empacados.
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