El colegio internacional donde trabajo, como tal vez saben, tiene un director británico. Pues en Inglaterra, para Navidad, los británicos montan unos actos cómicos que llaman pantomime. Puro humor inglés. Estereotipan sin verguenza, se dan golpes, dicen groserías disimuladas, nunca falta el pastel de crema. El público se mete con los villanos y aupa descaradamente a los heroes. Este año, el pantomime del colegio tiene como estrella invitada a la quien suscribe, cantando rancheras no más. ¡Y vaya que rancheras! Son unas canciones feas y deprimidas que nada más agradan al que las compuso y tal vez a su mamá. Por lo menos una de las rancheras es de doble sentido porque si no no tiene sentido alguno. En otra el compositor le reclama a una bruja que le chupó la vida del hijo y que ahora la bruja se va a chuparle el ombligo al marido. ¿Qué tal? La última tiene como título Felicidad, pero lloronamente celebra la vida "que apenas ayer pasóoooo." Menos mal que nada más tres personas en el público van a entender. Los demás, chinos - y no porque estoy en China.
Aún así, tigre es tigre. Me toca cantar tres rancheras, una canción de John Lennon, y como broche de oro para éste espectáculo del buen gusto, Feliz Navidad de José Feliciano. No sería tan malo si no es porque me toca Burt Baccharat en el piano. ¿Se acuerdan de cómo maltrato a Caballo Viejo? Aja. El pianista que tengo es igualito. Excelentes intenciones y mucho talento, pero musiú al fin.
El otro día mi hija de cuatro años me dijo, "You´re booooring, baby." A eso he llegado: rancheras y desdén infantil.
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