Bueno. También hay que aclarar que paralelo a las delicias hay una larga lista de cosas guacatelosas: escorpiones, pajaritos, testículos de venado, tofu hediondo (así mismo se llama), ranas enteras, etc. En Beijing hay una calle entera dedicada justamente a esos pinchos raros, pero para allá yo no voy. Con tanta comida rica, para qué probar gusano a la parrilla.
Frente al colegio donde trabajo, abrieron una calle de parilleras recientemente. Abren como a las 5 de la tarde. El otro día que tuvimos que quedarnos tarde en el colegio, Scott y yo nos dimos cita allá. Comimos pinchos de cordero, repollo, queso de soya en dos diferentes presentaciones, vainitas, dientes de ajo y rodajas de papa. Cada cosa en su pincho separado. Cada pincho riquísimo. Costó como en los viejos tiempos cuando en China se vivía barato: 68 RMB, o sea, 10 dólares americanos, incluyendo los refrescos y mi cerveza.
Ahora cuando mi marido sale tarde del trabajo, se para en una de las parilleras y nos compra una porción generosa de pinchos. A Andreína le trae un pincho de calamar, a Michaelito una docena de pinchos de cordero y para mí, repollo. Es de lo más romántico. Un buqué de pinchos.
La foto malosa, lo siento, pero es que la tuve que tomar apurada y apartando a mis hijos con la pierna. Ellos se comerían los pinchos hasta así, sin quitarles el plástico. |