martes, 20 de diciembre de 2005


Estamos en la República Dominicana, visitando a mi mamá. Es mi regalo de cuarenta años, los cuales cumpliré el 26 de diciembre. Es muy romántico de parte de mi marido, pues significa que sacrificó una semana completa de esquiar este año. El, que viajó 10 horas en autobús la semana pasada para pasar frio hereje en las montañas mongolesas, y que sube cerros a pie morral a cuestas en la primavera para esquiar el último poquito de nieve, es apasionado del esquí, así que es un regalo enorme.

Apenas llegamos el sábado en la tarde, y ya he satisfecho un montón de antojos: queso blanco, arepitas abombadas, casabe, jugo de parchita, hallacas y aguacate. Me falta nada más el sandwichón navideño y la malta polar, que se consigue de vez en cuando, para quitarme todos los antojos culinarios. Bueno, y la chicha, pero de eso no hay aquí.

Seguramente es singular que tantos de los recuerdos que tengo de Venezuela sean de comida. ¿Será por eso que no he podido rebajar los 10 últimos kilos después del embarazo?

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