jueves, 30 de junio de 2016

De regreso

Este año regresamos en abril a China y en junio a Venezuela y a Cape Cod. Hoy, casi julio, regreso a ésta bitácora con dos entradas, ésta que leen y una muy atrasada, ¡del 2011! (y que ahora no encuentro.)

Regreso a China
Acompañanada de mis hijos, viajé a China en abril por una semana, para las vacaciones de Semana Santa. Como las vacaciones de este colegio coincidieron con las vacaciones del colegio en China, no logramos encontrarnos con todos los amigos, ni visitar mi biblioteca, pero todo lo demás fue un rico paseo por el pasado. Nos recibieron con tanto, tanto cariño y nos dimos gusto con todo lo que nos había hecho falta, que por fin se nos pasó la nostalgia que llevábamos pegada desde que nos mudamos a Egipto y nos dimos cuenta de que no era China. Uds. se reirán porque es obvio, pero en realidad, después de 13 años en China, mudarnos a un país diferente nos pegó más de lo que esperábamos. 

Con un par de amigas chinas en nuestro Starbucks favorito. 

Un paisaje muy de Tianjin. Con la contaminación el cielo es gris y casi no se ve la Torre de Tianjin (Tianjin Da Shá), pero allá al final del canal está. 
Durante esa semana, mis hijos se reunieron con sus amigos, pasearon por toda la ciudad y se deleitaron con todas las comidas que no se consiguen fuera de China: los tallarines, el puerco agri dulce, las empanaditas chinas, y los refrescos japoneses. Comimos en todos nuestros restaurantes favoritos: el mexicano, el alemán, el de la olla mongolesa, el japonés, el de los pinchos. Lo único que les faltó fue comer en Kentucky Fried Chicken, que según mis hijos, es completamente diferente en sabor - y mejor - que el KFC en cualquier otra parte del mundo. 

Pasaron la semana entera estirpadas de la risa, de la alegría de estar reunidas. 
A mí también me tocó pasear mucho con las amigas. Cuando nos fuímos, después de 13 años, no nos sacaron tanta fiesta. De hecho, me sentí poco apreciada. Uno no es profeta en su tierra, por lo que fue doblemente sabroso el cariño con que nos recibieron a todos. Como si fuera poco, la bibliotecaria que me siguió no fue tan buena y ya se va. Tal vez será poco modesto de mi parte, pero me encantó saber que le hice falta en lo profesional tanto como lo personal. 

A la entrada del mercado antiguo, un paseo bello que le recomiendo a todos los que visitan Tianjin.

Regreso a Venezuela
Mi papá cumple 90 años en julio así que teníamos que ir a visitarlo. Me llevé a Michaelito sólo. Andreína se quedó en Egipto la semana adicional que Scott tuvo que quedarse por ser director de atletismo, y se rehusó venir a Venezuela cuando se dio cuenta que llegaríamos a EEUU dos días después de Scott. A ella la estaba esperando un cachorrito que le regaló su abuela Ginny. 

Michael tenía 13 años que no viajaba a Venezuela, y nos encantó la reacción de los que lo conocieron de niñito. ¡Es que está altísimo!

Michaelito con su abuelo Daniel

Llegamos a casa de mi amiga Lidia y nuevamente ahí nos recibieron súper bien ella y su mamá. Encontré a mis papás bien, cuidados por mi hermano que vive en Margarita. Están en buena salud y buenos ánimos, lidiando como todos los venezolanos con la situación del país, pero bien dentro de todo. Tengo muchas fotos que montar un día pronto. ¡Se las debo!

Esta foto nos la tomamos en Hannsi en el Hatillo. 

Y por supuesto, no faltó la reunión con los amigos. Lástima que fue un viaje relámpago y no logré a ver a todos, pero me encantó conseguirnos con ésta muestra. Pasamos una tarde muy alegre en la librería Kalathos (que por cierto es una maravilla de librería. ¡Se las recomiendo!)

Amigos del Orfeón USB y la Sra Lourdes, mamá de mi amiga Lidia
Regreso a la playa
Y ahora estoy en la playa, en Cape Cod. Este año venimos solos, Scott y yo. Andreína se quedó con su tía en New Hampshire. La tía tiene caballos y Andreína es apasionada de todo lo ecuestre. Se va a quedar en NH hasta diciembre, estudiando en el colegio público del pueblo. Ya va a ver lo que es vivir en EEUU. Sólo conoce el país de vacaciones. Michael se quedó con la abuela Ginny. A él no le gusta la playa, y cuadró con la abuela para que le consiguiera empleo en el pueblo de ella y así quedarse en el apartamento para visitas que ella tiene sobre su garaje. Trabaja en un restaurante de lavaplatos. Le pagan 8.25 dólares la hora, que no es nada en EEUU pero no tiene gastos sino una abuela que lo consiente. 

A Scott y a mí sí nos gusta nuestra vida playera. El trabaja como salvavidas y yo soy ama de casa. Este año como no tenemos a los chamos, compartimos una casa con tres otros salvavidas. Es una casa enorme con vista al mar y muy cómoda. Lo único que nos falta son nuestros hijos, pero estamos practicando para cuando sean grandes y ya no vivan con nosotros. 



Aquí los dejo, esperando regresar a ésta bitácora nuevamente. En Venezuela me reclamaron varios lectores que la tenía tan descuidada. A ver si logro mantener la inspiración.