viernes, 21 de noviembre de 2014

En Niza

Estoy escribiendo desde Niza, en un apartamentico pequeño en el histórico Hotel Negresco. La propietaria nos asegura que el Hotel Negresco aparece en todos las postales de Niza. Como es la primera vez que venimos a Niza y como nunca hemos recibido una postal desde aquí, la dejamos alardearse.

Niza es una ciudad espectacular. Nos captivó desde el primer momento en que vimos el mar, la ciudad, la colina y el cielo azul. (Pasamos 13 años en China y llevamos 4 meses en el Cairo. Un cielo azul nos mata.)


Vinimos con mi marido que tenía una reunión aquí. Andreína y yo nos vinimos en el equipaje. Dejamos a Michaelito en el Cairo en casa de unos amigos. El no pudo venir para no pasarse del máximo de días de ausencia que le permite el colegio. 

Quedamos encantados con los callejones de la ciudad vieja, 


con las iglesias, 


con la bahía, 


con el mercado de flores y vegetales, 

Aquí no se ve el mercado en sí porque los vendedores se ponen muy necios cuando los fotografían, pero igual bello el vecindario en la mañana. 

con los techos rojos, 


con la arquitectura.

Aquí vivió Matisse. Es un edificio privado y no se puede visitar, pero igual muy hermoso y cuidado. 

Niza es una ciudad que se deleita con su propia belleza y se lo perdonamos, porque se merece todos los piropos y muchos más. 

La reunión de Scott fue ayer y en la mañana Andreína y yo paseamos por el bulevar comercial. Compré un par de botas que al final no me gustaron, y Andreína se quejó de lo lindo porque no quería caminar sino para el hotel donde se podía conectar al Internet. 

Hoy la dejamos enchufada y nos fuimos a pasear en bicicleta. Niza es una de esas ciudades donde hay bicicletas municipales y Scott y yo montamos felicísimos de un lado del malecón al otro. Terminamos del lado del puerto, posando en frente de unos barcos coloridos, igualitos a los de la postal que nunca recibimos pero que ahora llevamos para siempre en la lista de nuestros lugares favoritos. 





sábado, 8 de noviembre de 2014

Hora de hervido

Las temperaturas están bajando en Egipto. Todos se quejan del frío. Cualquiera pensaría que estamos en Antártida de tanto que se quejan. Me imagino que en un año a mí también se me habrá diluido la sangre y estaré titiritando en octubre, pero por los momentos lo que me da es asombro que ya sientan frío cuando yo finalmente encuentro el clima agradable.

Con el "frio" me ha provocado mucho tomar sopa. El fin de semana pasado nos invitaron a una fiesta de Halloween y nos ofrecieron chili con carne. Por supuesto yo no lo pude probar (le tengo alergia al tomate) por lo que se me despertó el apetito por las sopas, los caldos, sancochos y demás platos que se comen con cuchara.

Me gusta hacer hervido. Me gusta sacar mi recetario de Scannone que compré hace 20 años en la librería del CCCT. Me gusta preparar el caldo primero, colarlo, lavar la olla y volverla a montar con el caldo y las verduras. Me gusta que se tarda horas en preparar. Me gusta ajustar la receta para localizarla. En China usaba ocumo y otras raíces que no sé como se llaman en chino, inglés o español pero que seleccionaba en el mercado apuntando con el dedo. Me gusta hacer el sofrito, ahora sin tomate y sin pimentón, pero igual con sabor. Me gusta agregarle el cilantro y la yerba buena al final. Me gusta ese primer sorbo, cuando se me llena la boca de caldo y la nariz de vapor. ¿Ven? Me gusto todo.


Recuerdo con nostalgia los mercados de vegetales en China, donde hay tantas variedades de tantas cosas. Una de mis vendedoras favoritas separaba las hojas de espinaca en pequeñas, medianas, grandes, más grandes y gigantes. Y eso era nada más la espinaca. Ni hablar de todas las variedades de col que nunca aprendí a nombrar. Aquí hay lechuga, repollo, y espinaca. Un montoncito de cada una y ya.



Con la escasez de verduras, mi hervido tuvo nabo, zanahoria, auyama y batata. Me dicen que habrá yuca cuando llegue el invierno. (Que me imagino empezará cuando baje la temperatura 3 grados más.) No puedo comer papas, y el hervido me quedó un poco dulce. Para corregirlo, le puse un chorrito de limón y un poco más sal de la que normalmente le agrego. Me lo comí de desayuno frente a la ventana para sentir el fresco de la mañana y hacerme la idea que de verdad viene invierno y la temporada de hervido.

domingo, 2 de noviembre de 2014

El Hada de los Libros

A mí me gusta la Noche de Brujas.  Cuando mis hijos estaban chiquitos, les organizaba una salida de trick-or-treating a ellos y sus amigos a las casas de mis colegas. Eso sí era divertido, llevar aquel montón de muchachitos disfrazados, como si fuera una benevolenta Flautista de Hamelín. Como para resaltar la diversión, Halloween no es una fiesta que se celebra en China, así que nos tocaba ser los locos extranjeros, solos en nuestro trick-or-treating.

Este año, en Egipto, nos encontramos en un colegio americano que celebra Halloween por completo. Los maestros ponen tareas donde protagonizan vampiros y calabazas, se leen cuentos fantasmagóricos, y los alumnos y los maestros juntos decoran sus salones. En la biblioteca tuvimos una mesa de manualidades durante el recreo. Más de 100 visitas a la biblioteca ésta semana a la hora del recreo, con niños queriendo hacer sus manualidades de Halloween. Normalmente nos llegan tal vez 30.



Hace un par de años había visto éste disfraz del Hada de los Libros. Me había llamado mucho la atención, pero típico siempre lo dejaba para última hora. Este año, como tenía muchas revistas viejas que estamos botando, decidí con tiempo asumir mi lado crafty y hacerme el disfraz.

  

Lilliedale gentilmente incluye instrucciones en su blog (en inglés). El de ella fue en blanco y negro, con un diccionario. El mío fue con las revistas y un libro de juegos de naipes publicado en 1976, que por cierto no entiendo qué estaba haciendo en mi biblioteca para niños.

Primero se necesitan muchas hojas de revista, - o de un libro -, enrolladas y una tira de tela donde fijarlas.


Lilliedale usó una pistola de silicona en lugar de una engrapadora, pero ella debe haber tenido mas tiempo que yo, y mejor técnica que la mía para que le quedaran dedos sin quemar.

Se dobla la punta de los rollos hacia afuera y se engrapan - o se pegan.

No se nota muy bien en la foto, pero engrapé las hojas enrolladas en cuatro capas. Se podría hacer con menos, pero me gustó la idea de tener un tutú bien relleno.


En la última capa, se doblan las puntas de los rollos de papel detrás de la tela.


Se podría terminar la cintura de la falda con una cinta vistosa, pero yo no tenía. Para que las grapas no me molestaran, las cubrí con cinta transparente. 

Las alas se hacen con un libro viejo de capa dura. Se le quitan las hojas con cuidado, y se le monta un alambre para que se mantengan abiertas.


Para cubrir el alambre y dar la ilusión de un libro que aletea, se le pegan hojas en el reves de la carátula. Las mías las pegué patas arriba por equivocación. 


Para montarme las alas, usé una banda elástica larga de las que usamos en la biblioteca para guardar libros. Se le hacen un par de huecos en la espina de la carátula en el cuarto superior del libro para que te queden bien altas sobre la espalda, y se enhebra la banda elástica. También se podría utilizar cintas de colores en lugar de la banda elástica.

Para la varita mágica, utilicé lo que llamamos un marcador de estante. Eso es una ferula de plástico. Les enseño a mis alumnos a usar el marcador para marcar el lugar donde va cualquier libro que retiren del estante. Con el marcador de estante saben donde devolverlo. La flor la hice con las instrucciones para hacer pompones de papel de seda de Martha Stewart. Fue lo más difícil porque el papel de revista es mucho más grueso que el papel de seda, y se rompe al tratar de formar los pétalos. Como el marcador de estantes es bastante ancho, necesité dos flores. Las pegué con una pistola de silicona. 


Las letras las encontré en un depósito del colegio donde hay materiales que van a botar. Yo quería cuadritos como los del juego Scrabble, pero éstos me salieron hasta mejor por ser tan coloridos. También las pegué sobre la falta y sobre un cintillo de papel.


Una cosa que me sorprendió después de ponerme la falda: ¡qué fastidio el ancho de las caderas con el tutú! No podía pasar por ninguna parte sino de lado. Nada más pensar en las modas de antaño con sus aros y crinolinas me trae de rodillas en agradecimiento que nací después de que se pasó esa moda.

¿Qué les parece mi Hada de los Libros? Tal vez la resucito el año que viene.